Durante estos días hemos vuelto a visitar, después de cinco años, el Centro Cardiovascular para un cambio del marcapaso de mi papá. Gloria a Dios, todo salió bien. Vimos su mano de amor, provisión y fortaleza en todo el proceso. Visitar hospitales siempre me pone muy melancólica. Hay ciertos sonidos, olores y pisos que no me traen buenos recuerdos. Pero allí estábamos de nuevo.
Lugares como: el pasillo; donde canté un poco por el eco que hay (jeje), la cafetería; uno de esos pocos lugares donde se ven sonrisas, la farmacia; donde consigues de todo, sip de todo, y los ascensores... Sobre este último quiero reflexionar.
¿No se han dado cuenta que dentro del ascensor todos conversan, todos se
saludan, todos te ceden el paso, te aguantan la puerta,
te marcan el número, te despiden...? Es como un lugar mágico donde todos de
repente, nos respetamos más, donde nos vemos como iguales... Son unos breves
segundos de gran satisfacción, de chistes, de halagos, de piropos, de buenos
deseos de salud... Ahí no gritamos, no nos maldecimos, no nos empujamos - aun
si hubiera 'tapón' - , somos pacientes y sensibles. Un pequeño espacio limitado, que ojalá pudiera ser mas grande, para hacer reuniones familiares, reuniones de trabajo, negocios, cultos, mediaciones de
conflicto, ¡que se yo!
Hace mucho no experimentaba tanta cordialidad...quisiera que todos vivamos en un ascensor.
Mirad cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos habiten juntos en armonía. Salmo 133:1

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